Autor: José Luis Tejada
Editor: Servicio de Publicaciones.
Universidad de Cádiz.
ISBN: 84-600-4051-8
Depósito legal: CA-799/85
Diseño portada: Pablo Tejada
En el primer cuarteto del soneto
nombrarás a la cosa titulada.
Luego tres adjetivos, luego nada...
y está relleno ya el primer cuarteto.
Después le harás preguntas, indiscreto,
o le apostrofarás con lengua airada
y tendrás hecha ya media jornada
sin haber hecho nada por completo.
¿Ves qué sencillo? El tema es lo de menos.
Lo importante es que estén los versos llenos
de vocablos sonoros y exquisitos.
Los antiguos, los pobres, ignoraban
esta fórmula simple y procuraban
volcar, ingenuos, su alma en sus escritos.
(de un tríptico a los toros andaluces)
Los huesos de Melkart, pencas del drago,
las cales de Morón, la sal del Puerto,
los mármoles de Roma al descubierto
y el cuerno zurdo de Angulema aciago.
La uva balbaina, el dátil de Cartago,
la aceituna de Itálica, el concierto
de Bécquer vivo con Veragua muerto
norasanta parieron el estrago.
Un cráter funeral, dos ascuas puras,
una lira de alfanjes berberiscos
y un mar que se desangra por sus poros.
Desde entonces las brasas son oscuras;
la muerte, hermosa; dulces, los mordiscos;
los hombres, dioses y los toros, toros.
En fin, que la sonrisa es un pecado
mientras alguien suspire a nuestra vera
y pues suspiros es la tierra entera
no hay rincón que al reír no esté vedado.
No olvidemos que el mundo está incendiado
y no de amor talmente es esta hoguera:
hijos del hombre van, sin madriguera,
echándose a morir por cualquier lado.
Por algo puso Dios los lacrimales
y el pañuelo inventó tras los pañales:
ordenados estamos para el duelo.
Los que quieran reírse que se vayan
porque no son de aquí... Todos se callan...
¡Ni un solo corazón levanta el vuelo!
Vengan a mí los solos de la vida,
solos de con trabajo y contratiempo;
las flautas broncas vengan a mi templo
que vamos a armar una escabechina.
Descontentos a mí, fuera sordinas.
Predicaremos con el mal ejemplo
y arda Troya, se hunda el firmamento,
que nada va a perder quien ya es ruina.
Llamo porque, aunque a solas, me sospecho
que ha de haber otro páramo, otros pechos
semejantes o más que este alma en pena.
Lloremos fuerte y a la una, al menos
agriaremos la cena de los buenos
saldrán a vomitar y eso consuela.
Entre una ceja y otra, como otros muchos días
hoy la gran mariposa negra de un pensamiento
negro, se me ha incrustado libándome alegrías,
clavándome un zumbido con aires de memento.
Que tengo que morirme, vieja historia olvidada
de puro dolorosa o de tan verdadera.
Que debo de salirme de mí sin dejar nada,
ni la memoria, gloria de esta historia siquiera.
Una a una entro y salgo las cuatro habitaciones,
donde me lavo y duermo, donde como y escribo,
y una vez más el aire se amolda a los rincones
y hace sitio a mi sombra de mortalmente vivo.
No quiero, me resisto contra tanta negrura:
morir, pero, a lo menos, quedar en el recuerdo.
Una acción generosa, una palabra pura
busco y soy al no hallarla yo mismo quien me pierdo.
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