Autor: José Luis Tejada
Ediciones de la Caja
de Ahorros de Cádiz.
ISBN: 84-7580-378-4
Depósito legal: CA-870/86
Portada de Rafael Esteban Poullet
«Asunta tú de Dios, yo asunto tuyo»
Sentirte envejecer, Ver como el seno
declina su turgor y aprueba el día,
cada vez más del páramo y más mía
comprobarte mujer, gloria del heno.
Pero amor, cada vez más y más lleno,
mientras cribando va tu anatomía
te me abre, cada vez más, la franquía,
la donación, el alma, el intraseno.
Aquella espiga y rosa tuyas, bellas,
se han transcendido y son, las mismas, ellas,
cáliz del corazón, tallo de altura.
Oh, cómo en tanto el cuerpo se despide,
el Dios se asienta: olvido impide y pide
alas de eternidad, paz sin fisuras.
Madrugada sin sueño.
Cuanto toma la almohada
la silueta de un cuerpo
de mujer. Cuando el viento
suena en nuestra nostalgia
con chasquidos de besos.
La polilla obstinada
perfora nuestro tedio
y el reloj agiganta
la crueldad del desvelo.
Acuden en bandadas
los dolientes recuerdos:
¿Cuánta novia frustada!
!cuánto amor por el suelo!
María de la Lágrima,
Soledad del Misterio,
la de la cinta blanca
y el jazmín sobre el pecho.
La que más nos besaba...
La que besamos menos.
¡Cualquiera! ¡Todas!... Nada.
Fantasmas del deseo.
Sólo un alma, nuestra alma,
de espaldas al ensueño...
Y, solo, entre las sábanas,
un cuerpo, nuestro cuerpo.
Se nos está yendo la vida, vida,
la irrepetible vida, de las manos del alma.
Óyeme y mira cómo nos poblamos
de lástimas y ausencias, con el tren de las horas.
Se pone Dios a amanecer sus pájaros,
sus centenas de júbilo, su risa de cascada,
su luz de sal, el verde cabrilleo.
mi vida, de la vida en nuestro torno
y nosotros en tanto yacemos estibados,
paralelos de sueños divergentes,
oscuros más que islas nocherniegas,
tirando por la borda el alto ser de todo.
Y este segundo nunca se nos dará de nuevo,
y ya podemos sólo ver su espalda que huye
y el que viene se filtra ya por la tensa espera,
red desmallada, inválida del pecho.
Por eso, mira amor, que nos estamos,
de hoy más, alerta y juntos, veladores.
Que la flecha que quiera pasar entre nosotros
se nos clave en un solo corazón con dos nombres:
se embote en una misma sequedad y se quede.
Aún no sé cómo asirlo, cómo usarlo y regirlo.
Se me va de los ojos como ayer de los dedos.
Lo contemplo galápago y se me exalta mirlo
a un luego inexistente donde cunden los miedos.
Ya debe quedar poco y aún no empecé. Mentira,
yo no viví cincuenta, ni cuarenta, ni veinte.
Como el de aquella fábula miro hacia atrás con ira
y revientan de lástimas las venas de mi frente.
Ayudadme vosotras, las que aupáis la mañana
con sesenta macetas de fruto a cada hora.
Tú que surtes la mesa, amante, madre, hermana,
tú que peinas los astros, novia, musa, señora.
Yo sólo hago estas flores de papel y aun las pierdo,
las de ayer no sé donde las puse y estas mismas
se habrán ya mismo huido del mueble del recuerdo
y de sus brotes sólo me quedarán estigmas.
Torpe de manos, burdo, caótico y cegato,
no acierto a hacer un libro con pliegos divergentes.
Se me han entrenredado las cuerdas del zapato
y no encuentro los lentes con que buscar los lentes.
"la soledad de dos en compañía"
Campoamor.
Se nos van y otra vez nos dejan solos.
Bordas la casa mientras yo te escribo;
los hijos, a lo suyo y a lo nuestro
nosotros, huérfanos de hijos.
Charla el teleinvasor inatendido,
envejecemos lenta y quedamente.
La mejor música es ruido
al lado de tus ojos y en mi frente.
Dicen que el tiempo nunca para, pero
yo sospecho que ahora se ha parado
a vernos, pura envidia, ser entero
yo, tú rota por mi. Los dos a un lado.
Al margen de su furia que no es nada
más que miedo y la fe que le prestamos;
por esta vez, mujer, somos y estamos
en paz, contra su rueda encadenada.
Me levanto y apago. Ya no escucho
más que el latir de dentro. Todavía
por un silencio más silencio lucho,
nos queremos y enciendo la alegría.
Llevamos medio mundo malvividos
por afanes ridículos y ajenos,
pero sanseacabó. Que por lo menos
el resto del morir nos coja unidos.
Van nuestros tiempos paralelos dando
tumbos que los acercan, los distancian,
los emparejan a un celeste ritmo
en que nos vamos trascendiendo vivos.
Nuestro ayer era idéntico y no era
el mismo, sin embargo.
Cada uno envejece lo suyo a su manera
y hay tardes en que acaban más lejos nuestras vidas.
Ay, poner en la misma
hora tu corazón y el bronco mío
para latir isócronos y, unísonos,
callar cuando Dios quiera con un silencio único.
Ni adelantarte ni atrasarme, irnos
consumando a la par, como dos párpados
que nieguen, simultáneos, a la luz sus trasfondos,
ciertos de que han de abrirse apenas amanezca
de nuevo a un mismo sol, a un cielo mismo
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